viernes, 25 de noviembre de 2011

Lete




A mi penitencia.
   A veces siento como mi alma flota al compás del viento, viaja veloz dejándose atrapar por la tenue luz del atardecer. A veces quisiera que no terminara nunca, a veces quisiera seguir siendo parte de él, pero no puedo, porque al igual que los recuerdos son simples reflejos de reproches, de desvelos; el viento frio de aquella tarde en Mante golpeando mi rostro, era un callada despedida del pueblo, una tímida reflexión de todo aquello que no quería o me rehusaba a entender.
   Apenas recuerdo mi primera vez en Mante, la tarde al igual que ahora, lluviosa; dando la impresión que todos los odios acumulados de la gente se transformaban en lluvia, viento o tristeza, la cual se impregnaba en cada espacio de las construcciones, dándole al pueblo esa triste y lúgubre estampa.
   Sabía que ella me seguía amando, me iba sabiendo esto, pero no me importaba. La lluvia continuaba llenando de tristeza a Mante, seguía llevándose los odios, los rencores; lamentablemente mis odios no se iban, permanecían pegados a mi piel, firmes en su afán de destrucción, siendo los culpables de la soledad de mi alma.
   Parte de mí se quedaba aquí, parte de mí en su corazón seguía, y ya nunca la volvería a recuperar.
   Era la primera vez que esta reflexión llenaba mi mente, quizá porque el miedo a una penitencia que me costara algo más que las partes disueltas que dejaba en cada despedida, en cada olvido; rompieran con el frágil equilibrio de mi pequeño mundo, pero a la vez tenía plena conciencia que pese a mis esfuerzos para protegerme del dolor, éste llegaría sin aviso previo y tendría que asumirlo de la misma forma como provoqué dolor a los demás.
   La lluvia y el viento de Mante me darían la razón… y la despedida.
…..
   El viento arrastra las hojas del otoño; nostalgia, angustia y dolor en los corazones de “otros” y una solitaria sombra errante y con la mirada perdida levita entre las calles de la ciudad, una facies adusta e inquebrantable manchando su rostro; habían pasado ya dos años de aquella tarde en Mante, dos años de decepciones, de búsquedas, de un karma cultivado en muchos años de indiferencia, y que ahora venía a cobrar factura, moneda de cambio por una incesante soledad que limitaba su capacidad de amar, que castigaba su semblante, ya no era aquel joven con tiempo  para malgastar, quizá esa noche Cornelius cayo en cuenta que el disparo de arranque lo tomo desprevenido, y él se lo había perdido, nunca entendió cuando parar, y el amor se escapó por una y mil ventanas, de mañanas distintas, de superficies distintas, de “te quiero” vacíos, de futuros que nunca fueron, de sueños que siempre pensó estarían ahí, cerca de su corazón;  pero la realidad lo alcanzo y ahora solo, transitando hacia no sé dónde, vio venir un destello de lucidez y así  por un momento, por una única vez en su vida por fin, tuvo la necesidad de olvidar, resiliencia de frustraciones y apegos, que hoy terminaban con este acto, simple y consciente; ya no existiría algún atisbo de  pertenencia o tristeza por aquellos amores sin remitente, sentimiento sin rostro, siendo siempre, tan sólo un sentimiento etéreo hacia sus propias carencias.
   Camino un largo rato, dejándose atrapar por el tiempo, dejándose llevar por el viento; arrullado por el canto de los pájaros llego al parque, visión limitante de su realidad, la banca vacía aún estaba, el río seguía su cauce, el viento ya no soplaba.
   Al caminar crujían las hojas del otoño, ahora inmóviles; se recargo  en el barandal frente al río Lete y recordó esa sonrisa tan llenita de amor y esos labios que siempre estuvieron ahí, y en los que él nunca reparo… “todo dura un instante para toda la vida”, se dijo para sí;  escribió algo en un papel, lo introdujo en una pequeña botella y lo arrojo al río, la corriente hará lo demás, Cornelius siguió pensando, mirando el atardecer….
Epilogo:
   El reflejo de la luna en el agua del río, descansa en la quietud fría de la noche en la ciudad, mientras la brisa nocturna acaricia el triste rostro del desengaño... la banca vacía aún ésta.
   Porque para romper con el tiempo, necesariamente se tiene que olvidar, la botella flota en el río, navega, se pierde en la oscuridad.
Dr. Alejandro Alcaraz García
México D.F.   Noviembre 2011




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