viernes, 5 de noviembre de 2010

El eco de las Espadas de Dios.


    La larga fila de hombres desnudos, que sudorosos, arrastraban por medio de sogas una pesada roca, formaba parte de una apocalíptica peregrinación.
Adelante, con paso azaroso: Los viejos, las mujeres, los mutilados; trataban inútilmente de facilitar su vía crucis, arrojando aserrín al camino lodoso, que provocaba caídas entre los hombres de la fila. Aquellos que corrían con tal suerte, eran después aplastados por la enorme piedra que venía detrás. Una densa niebla inundaba la escena e impedía a los peregrinos percatarse del destino de los caídos. Su sangre manchaba la roca, la bañaba, la envolvía. La lluvia incapaz de borrar la sangre que la roca ostentaba como un trofeo, hacía resbalar las sogas de las manos de los hombres que angustiados trataban de mantener esa simbiosis macabra con las sogas, en espera de una luz que señalase el fin del camino, que se había alargado por varios siglos. A veces la lluvia cesaba, parecía irse, marcharse... Entonces, la tierra, a los pies de los peregrinos se secaba, ayudando a tomar aliento a los hombres antes de empezar otra vez. Su rostro no mostraba emociones, eran como zombis, en espera de in juicio, su penitencia era eterna, al igual que su callada súplica, eran como sombras sin rostro, sin alma.
Uno de los mutilados, que arrojaba aserrín al camino, se aferraba a una pintura; la abrazaba como una esperanza que simbolizaba el último aliento de vida que le restaba, la parte faltante de su mutilada alma. La pintura era la imagen de una casa en medio de un paraje hermoso, lleno de vida, un cielo infinitamente azul pintaba el horizonte. La casa tenía una ventana por la cual se veía a un hombre observando el paisaje. El mutilado cayó de bruces al lodo, la pintura fue aplastada por la fila que venía atrás. El mutilado se levantó y continuó su camino.

Epílogo:
... La frágil llama de la vela que alumbraba escasamente al cuarto blanco, permitía a los dos hombres en el interior de éste, observarse mutuamente. Uno de ellos se probó satisfactoriamente una sotana, el otro prefirió apreciar la pintura que colgaba de una de las paredes del cuarto: Una larga fila de hombres desnudos, que sudorosos, arrastraban por medio de sogas una pesada roca... parecía una escena sacada del mismo infierno. El hombre de la sotana se sentó en una silla, su fría mirada se clavó como un puñal en la pintura, que exigía respuestas.
                 Por fin el otro hombre habló:
                 -Hace frío, el vacío y la soledad surgen del abismo.
                 -Y aun en la tempestad, el hombre abre el sello de procreación con absoluta   irresponsabilidad.
                 -¿Serán los hijos del llanto?
                 -...Y muertos serán al igual que sus padres, por la misma espera que los hombres guardan el armagedón.
                 -¿La espada los derribará?
                 -Su eco los hará invisibles...
                 -¿Entonces... son hijos del señor?
                 -No... Son los hijos del eco que producen las espadas de Dios.

Dr. Alejandro Alcaraz García.
1990.

  

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