jueves, 25 de noviembre de 2010

EL SUSTITUTO


    Volvió como todas las tardes, pero aún después de conocerle, de permanecer aquí, dentro de su inmaterialidad, creo que del todo no es el mismo; Sus nuevos pensamientos arremetían contra mis más preciados valores, irrumpiendo salvajemente en mi autoestima. Le he espiado mientras engulle sus alimentos, comprobando horrorizado que el número de masticaciones nunca había variado de manera tan abrupta, tan deliberadamente a propósito. Y que decir de esos tan imperceptibles olvidos, que progresivamente fueron mermando nuestra relación; ya no era aquel hombre preocupado por la cotidiana trascendencia de sus actos; la abstracción a la que se entrego, concientemente, no era digna de sus costumbres.
Nuestra frágil relación era fruto de la  continua presencia, del diario acercamiento a sus propias bases; cimentadas en sus valores, objetivos o simples deseos; yo era el encargado de salvaguardar su raíz, el nacimiento de sus anhelos más íntimos. No existía nada presente en su alma que yo no conociera. Dentro de mis funciones, estaba plena y oportunamente informado de la existencia de otros, que como yo, representaban su sentir o actuar en otro tipo de ambientes, atmósferas; y presiento  que también experimentaron cierto grado de preocupación por este cambio de conducta, porque aunque regreso un millar de veces por aquella puerta que limitaba mi jurisdicción, se aspiraba otra esencia. Lo comprobé, analizando a cada momento sus gestos, palabras o pensamientos que fluyeron de él.
    Era distinto, yo mismo me llegue a conmocionar al no experimentar sus mismas emociones por semanas; lo que significaba irremediablemente que yo estaba siendo excluido, que otra fuente se empezaba a apropiar de sus acciones. No era fácil resignarse a desaparecer, a ser nulificado por las ansias carnívoras de un deseo estéril de separación del ego, apego que nos había mantenido juntos por décadas.
Su rostro adusto tenia un cierto aire de melancolía al tomar esa ultima copa, antes de marcharse nuevamente, secreto a voces que susurraba que yo, ya no estaría aquí por la tarde. Sin decir nada, nuestras miradas se cruzaron por unos segundos, por un instante que se prolongo años, limitado tan sólo por mis deseos de permanencia, y el deseo de transformación cíclica que carcomía sus entrañas, que alimentaba su piel, que volvían a entregarlo a esos recuerdos dolorosos de todas esas tardes bajo un farol, ansiando amar, de uno y mil labios que no nos besaron. Recuerdos de posesión, de ausencias, de no seguir siendo el mismo; a pesar del progresivo e inevitable encorvamiento de la vertical, de la mirada cruel hacia el pasado, que quizá era el único vínculo que nos unía. Se despidió antes de partir, como tratando de conservar algo de buenas maneras, no había duda, la sentencia cayo como afilada hoja a mi piel, la cual se fragmento en cientos de miles de partículas que rebotaron por toda la habitación. ¿Ahora quien me sustituiría?      
La respuesta no tardo en aparecer.
    No existió nombramiento oficial, ni siquiera algo que avalara o justificara su presencia; no me percate de su llegada, apareció de pronto, así como llegan los reproches; el silencioso sollozo por las noches, en que sólo resta aceptar las consecuencias de los actos.
El primer encuentro no fue casual; como todos los días, él se alistaba para partir y mi sustituto no estuvo  allí, puntual, como lo hubiera hecho yo; no, tan sólo se limito a vivir placida e independientemente su vida.
    Los días continuaron sin cambios, la ausencia del recién llegado se convirtió en costumbre; en ocasiones, mientras uno de ellos dormía, el otro robaba sus sueños con sádicas intenciones de provocarle un daño permanente a su subconsciente.  
La relación entre los dos no era, como decirlo; ni muy intima, pero tampoco superficial; parecía en ciertos momentos, condescendiente; esforzándose continuamente en no demostrarse  inferioridad;  era una lucha callada, pero sin concesiones por el espacio vital. 
    El sustituto se alimento cruelmente de mis restos por espacio de lustros, pero no fue suficiente para borrar mi recuerdo, siendo testigo de sus verdaderas intenciones.
Como todas las tardes,  llego sin un minuto de retraso, aquel lo esperaba sentado en la salita, con los ojos llenos de novedad. Deseos de libertad, de transgredir y alejarse de ese inútil cuerpo avejentado, que lo había apresado desde su irrupción como sustituto; y que hoy estaba más que resuelto a cambiar; haciendo uso de toda la fuerza que le fue conferido por años,   otorgada conciente o no por el otro, y que ahora usaría como verdugo de su causa.
    La rabia contenida por años, fue el móvil; uno de tantos conflictos que albergaban dentro de sí. La pelea se extendió hasta las calles, hasta los bares que frecuentaron juntos; hasta el origen de este sentimiento, que ya su mente no situaba entre miles de intentos, entre tantas decepciones; entre tantas caídas. Ninguno de los dos estaba dispuesto a conceder tregua.  Movidos por el natural instinto de supervivencia y la rabia de negarse a existir, se golpeaban  hasta sangrar sus nudillos. Por momentos era imposible saber quien era quien. Esta misma sensación la había experimentado yo,  al tratar en ocasiones de diferenciarlos; sólo la actitud hacia ciertos rubros los delataba; pero en cierta forma, poco quedaba de aquellos dos, que por miedo a saberse juntos, se olvidaron de la magia del conocimiento mutuo; alimentando mas el odio hacia cada pensamiento o tenue atisbo de nostalgia a lo que en su tiempo, pudieron construir. Eran sólo quimeras de fuego, calcinando entre sus brasas, la esperanza de la redención.
Uno de los golpes abrió en canal su pecho, extendiéndose en dirección a su pelvis, eviscerándolo sin remedio. La acera se abalanzo velozmente  hacia su rostro, que yacía en el piso, sin expresión, enfocando su mirada a un punto inexistente.
Su verdugo  lo arrojo barranca abajo, evitando futuras molestias a los vecinos, erradicando una fuente de infección, ya que su cuerpo no tardaría en presentar datos de descomposición.
    Entro a la casa, sin mirar hacia atrás; abrió la alacena, y trago un pedazo de pan de varios días; se quedo contemplado su nuevo espacio ...¿Su vida tendría esta vez significado?, No lo sabia con certeza, sólo el indiferente despertar de la tarde, lo saco de su reflexión; Se sentó en la mesa apoyando los codos; meditando, mientras miles de conciencias dentro de su mente, hicieron explotar su cabeza en miles e insignificantes pedazos, que nunca volverían a ser unidos, jamás.

                                                                                           © Dr. Alejandro Alcaraz G
                                                                                           Guadalupe Tepeyac.
                                                                                           Invierno 2000
                                                                                             
                                                                             

No hay comentarios: